26/6/11

La casa cerrada

Al llegar, vimos que alguna vecina compasiva había puesto un par de estralotes junto a la entrada; no es la primera vez, desde que está la casa cerrada.
El sábado por la mañana nos acercamos con la peque a la aldea, a visitar a sus bisabuelos en el camposanto y a ver cómo seguían las cosas por abajo, donde los vivos. La verdad es que las casas cerradas me dan bastante pena: casas tristes, llenas de una vida suspendida; una naturaleza muerta en cada cuarto... Casas de las que se diría que, faltas del calor humano, se van marchitando y deshaciendo poco a poco. En la cuadra los lareiros ya no lo son, ni lo serán nunca más: sólo una pila de palos rectos, cubriéndose de polvo y arañas en una esquina. Las flores del año pasado, secas en sus macetas; junto a las ortigas y pamplinas que, nacidas en invierno de las semillas que arrastra el aire, han muerto ya también...

Volveremos. Volverá mi madre primero, este verano; y en algún momento nos iremos pasando los demás. La casa revivirá por unas semanas, cogiendo fuerza para aguantar otro invierno frío. Otro de muchos, espero.

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