25/9/11

Por las Highlands adelante

Ayer, como os decía, salimos por primera vez de la ciudad, a conocer el resto de Escocia. Para dejarnos de líos contratamos un tour organizado de un día: ha sido un poco paliza porque han sido muchos kilómetros y pocas paradas, pero ha merecido la pena como primera toma de contacto, contando además con los comentarios constantes del simpático conductor del autocar y guía de la ruta. Para poder dedicar más tiempo a los lugares “imprescindibles”, hubo otros que fuimos dejando de lado; como Stirling, fortaleza principal de Escocia y lugar de la batalla del puente de Stirling (la primera que gana William Wallace en Braveheart; aunque en la película no hay ni puente, ni río, ni castillo ni nada...).

Y otros más modestos como el castillo de Doune, junto al río Teith. Dejando atrás las tierras bajas, comenzamos a subir hacia el noroeste. Las Highlands no son demasiado “high” para los estándares españoles, ya que la mayor altura, el Ben Nevis, apenas alcanza los 1344 m. Pero el cambio en el paisaje resulta impactante: grandes colinas peladas de árboles por la acción humana y recubiertas de prados y brezales, con turberas encharcadas entre ellas y escorrentía de agua por todas partes.


Y en cada glen (valle), su correspondiente lote de loch (lagos), como el loch Tulla, en la foto.

En Glen Coe paramos un rato más, no solo por lo espectacular del paisaje, sino por ser escenario de la masacre de los MacDonald; una de tantas batallas entre clanes, provocada en esta ocasión por los líos sucesorios de Inglaterra. Aunque el día estuvo variablemente nublado, la lluvia apenas sí nos molestó; de momento el tiempo se está portando con nosotros...
Comimos en Fort William, la puerta de las Highlands al mar de Irlanda, para después continuar ruta hacia el noreste. El Gran Glen, el valle que parte Escocia en dos, del Atlántico al mar del Norte, posee una serie de loch, el más conocido de los cuales es, claro, el loch Ness.


Y por el lago fuimos en un barco muy majo, a ver si pescábamos al bicho. El lago en sí me resultó algo extraño; la sensación era la de estar en una ría gallega, con los abetos de lejos recordando a “nuestros” eucaliptos... pero claro, sin el castillo de Urquhart. Finalizado el crucerito ya no realizamos más paradas. Tras llegar a Inverness, al otro extremo del Gran Glen, emprendimos el viaje de regreso, atravesando los Cairngorms y otros paisajes igualmente pintorescos.
Un viaje curioso, sin duda; con CD’s de gaitas y vacas perroflautas por todas partes. Curioso ver cómo multitud de autocares, minibuses y furgonetas de toda cuanta empresa de turismo imaginarse pueda íbamos coincidiendo sistemáticamente en los mismos lugares. Curioso ver la naturalidad con que nuestro guía y el del barco hablaban de la independencia de Escocia, dándola como algo seguro a corto plazo...

Pues nada; que habrá que volver.

2 comentarios:

Ángel Ruiz dijo...

Perdón por la ignorancia: todo monte pelado ¿lo es por la acción humana? ¿Es así en Escocia?
Oí a alguien quejarse de que en Escocia habían introducido árboles "foráneos" (muchas comillas) donde antes no había nada.

Antón Pérez dijo...

Es así en Escocia y en el 90% de Europa; entre el hacha, el fuego y las cabras apenas quedan zonas en el continente donde haya habido árboles de continuo dede la última glaciación. La inmensa mayoría de Escocia, en concreto, estaba cubierta por pinos silvestres (el "pino de Valsaín", al que aquí llaman, jeje, Scottish pine), de los que ahora queda algún bosquecillo.
La mayor parte de las masas arbóreas de aquí son plantaciones forestales de coníferas de distintos tipos (que antes no crecían aquí, pero que desde luego lucen más naturales que nuestros eucaliptales); plantaciones que crecen donde antes había brezales, donde antes había prados con ovejas, donde antes había tal vez brezales, o bosques, donde antes... y así ad nauseam